Era Invierno.
Te descubrí temblando hermosamente
bajo la ropa
en la terraza más cara de todo el paseo Recoletos.
A tu lado,
las patitas de un gorrión
se escurrían sobre una mesa de mármol pulido.
Nunca te viste en una escena tan bucólica.
Tu acompañante,
ajeno a su suerte,
junto a ti parecía haber sido pintado
Tú sonreíste
en una explosión de belleza desproporcionada,
con un toque muy de bosque urbano
en el iris de tus ojos.
Te escuché hablar con delirio.
Las vocales jugaban con tu lengua
las sílabas peleaban por seguir dentro de tu boca.
Y quise ir a pedirte fuego,
aunque ya no fumo.
Pero siempre fui una cobarde
de oído muy fino.
Dudo mucho
que hubiera podido recibir dignamente,
en persona,
la cantidad de gilipolleces que,
a juguetonas sílabas,
salían de tu flamante boca.
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