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viernes, 2 de enero de 2015

Encuentro casual con un poeta que no conozco


A todas y a todos los que 
me llenáis de tinta el corazón


Hacíamos una fila figurada
de cadáveres con pulso
ante el tercer despacho
de aquella delegación gris tormenta.

Comenzaron a llamarnos uno a uno
por el nombre completo.
Mientras, pensé en desmayarme allí mismo,
feliz, de dejarme llevar en camilla
bien lejos de aquella equis en el espacio tiempo.

Volví de mi ensoñación al oír esos apellidos 
tallados a punzón sobre una barra de mantequilla.
Sólo podían ser los suyos
y el hombre con voz de montaña
de detrás de mí, se los colocó sobre los hombros.

Tantas horas dejándome
recorrer los órganos vitales de mi cuerpo
por cada uno de sus versos
tantas
y ahora, mi espalda, tenía el honor de verle la cara.

Comencé a pensar
que si nos mirábamos a los ojos
caería sin remedio enamorada de sus manos
bajo una lluvia de folios escritos a sucio.

Me giré y le encontré con un perfecto disfraz de anciano

Y digo disfraz,
porque cuando saqué su libro de mi mochila
y lo dejé en sus manos junto a un bolígrafo,
sin mediar palabra,
abrió una sonrisa de paraguas.

Y pude ver cómo le caían de hombros para abajo,
los años de más,
que le había puesto el tiempo,
como venganza,
por echarle tanta pasión a eso de derrotarle,
a eso de contarnos la vida
como si cualquier pequeño detalle
pudiera hacernos vivir  
eternamente.




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