Llegas a casa
y lo sabes por cómo suenan las cosas.
Puede ser el asfalto bullendo
o las llaves colocándose sobre la mesa.
Podrías oír tu casa estando
a días kilométricos de distancia.
Llegas a casa y huele a casa
a ti, o a mucha gente que no conoces.
Da igual si es un flamante ambientador de marca blanca
o si huele a comida cocinada en el vientre.
Llegas a casa
y conoces cada pliegue,
cada calle cortada.
Sabes dónde has llorado y
dónde quieres amanecer mañana.
A casa.
Nada que ver con tu nacimiento,
nada que ver con el padrón –¡qué va!-
Tu casa está al margen de buscar aval
o de llenar la nevera.
Llegas a casa
y a lo mejor nunca saliste de ella.
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