Tiene que haber
algún estudio, que nos ocultan,
que diga que a 40 grados
el corazón se licua y se vuelve negro.
Alguna estadística que confirme
que a partir del 15 de julio
nos echamos a la calle
como animales con navaja,
buscando sombra.
Habrá, por descontado,
algún señor dando fe
de que en verano
somos caníbales miserables
tocando el claxon
a nuestra próxima víctima.
Tiene que haber borradores
con algún dato concluyente
sobre el hastío hirviente de agosto,
sobre seres de flama
que se incendian
antes y después de cada domingo.
Alguien tiene que haber dicho
algo,
alguna vez,
sobre alguien,
que al igual que yo,
mataría por no morir de calor
a los 40 grados
de un utilitario bullente
en un Madrid en llamas.
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