La señora del mostrador
tiene cuernos.
En concreto dos,
color blanco roto
simétricos y afilados.
Me recuerda a la secretaria
de Cortázar
dejando a un lado los brochazos
ocres de la misoginia.
Tiene unas manos
que lo abarcan todo
incluidos mis orificios nasales,
donde seguro metería gustosa sus garras
sólo por hacerme callar.
Vamos a ver, pienso,
no debe ser tan complicado.
La señora del mostrador
piensa muy distinto
y se echa un cigarro imaginario
tras su mesa
ajena a mis crecientes punzadas estomacales.
Ambas sabemos de su poder
y nos escupimos por favores y de nadas
a la cara, como dos apestosas ministras.
Las dos conocemos
su total indiferencia hacia sus cuernos,
la desgana en la que vive
y que volveré a mi casa
derrotada por un raquítico sello.
El dolor se intensifica.
Luego está lo del pan
y la alergia al gluten.
GRANDE, GRANDE, GRANDE: "Y nos escupimos por favores y de nadas a la cara/ como dos asquerosas ministras"
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