A Irene
Rivero y Luis Pámpanas
Ella no tiene habilidad ninguna para recogerse el pelo.
Para elevarlo un poco aquí
y dejarlo caer un tanto más allá.
No la tiene.
Es un encanto, pero no sabe.
Si quiera para ponerse una desconcertada horquilla
a la altura natural de la sien.
No sabe.
Es genial,
pero no sabe.
Él, no tiene habilidad ninguna para la vida acuática.
Está gracioso, le gusta, pero eso no es nadar.
No sé cómo lo hace
pero no flota como el resto, no le queda grácil,
Está precioso,
varado junto a la escalerilla
de un complejo vacacional.
Me encanta, pero no sabe.
Los dos, se ocuparon de mi vida marina
y mi cabellera
en un reparto racional de funciones.
Él me cortaba el pelo y me cuidaba las puntas,
ella me mantenía a flote.
Pero lo que hacían fácil era lo otro,
lo de llegar y darme la vida como si no costara trabajo.
lo de ayudarme a ser persona
iluminando a fogonazos
mi pecho
para enseñarme cada palabra que escucháis saliendo de mi
boca.
Aun así, os sorprendería
conocer los problemas que ella presenta
para poner a descansar un pañuelo alrededor de sus cuello.
No sabe, tira de ingenio, pero no sabe.
Vas a sonreír,
porque te la puedes encontrar
totalmente derrotada por una bufanda,
Abatida ante un fular
como si hubiera sido rebanado de la cabellera misma de una
retorcida medusa.
Te digo, que no sabe.
Es un espectáculo maravilloso, pero no sabe.
Él, en cambio, podría encontrarse
de pronto, desnudo, en medio de la vida pública
muerto de vergüenza, ajena.
No lo lleva bien, no sabe.
Él actúa a firme, conciso, pero puede caer fulminado
si el de enfrente se anima a cantar clavelitos.
Es muy tierno, pero no sabe.
Antes de llegar al estribillo, él habrá muerto dos o tres
veces,
por eso, o por un cumpleaños feliz entonado a capela
en medio de su restaurante favorito.
Es entrañable,
no sabe.
Decir, que ambos se ocuparon de lanzarme a la vida ajena
y abrigarme los inviernos en un reparto racional de tareas.
Ella me cantó siempre, alto, cuando y donde quiso,
él me educó las manos y me construyó un bastión al final de
cada otoño.
Pero lo que hacían fácil era lo otro.
Lo de ayudarme a crecer
vigorosa y fuerte.
Lo de quererme tanto
que a cachitos, les asoma el corazón por el escote cuando me
sonríen.
Lo de gritarme que me hurgue la vida porque es mía
porque tengo que saber de qué está hecha.
Buscadla un día,
la veréis bellísima no consiguiendo ponerse una diadema
o encontrando el peor lugar para colocar un broche.
Esas manitas, acorraladas por la seda, el algodón, el
fieltro.
Son mágicas, sanadoras.
Pero de estas cosas no saben.
Si miráis un poco de cerca,
podréis verle rendido, de
rodillas,
claudicando, bello, ante
el sofá de su casa.
Ese cuerpecito lleno de tanta vida,
cosido a las hechuras
del peor sillón del mundo.
Y en esto, tengo que decir,
que la moda me resulta tan ajena como ella,
que me atrae con encanto magnético,
cualquier cosa parecida a un cojín, asiento o butaca,
justo igual que él.
Que ojalá y encuentre las palabras para decirles
que yo tampoco sé,
que no tengo ni idea,
que me dan mil vueltas
que se lo debo todo,
que en noches negras y huecas como la de hoy,
es lo otro, lo que me da la vida,
lo que me anima a
vaciar este cuerpo
de palabras que son vuestras.
Puede que haya cosas que no sabéis
pero ¡eh!
ni falta
ni falta que os hace.