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domingo, 3 de noviembre de 2013

La Herida


Hace mucho que me  despierto entre mis miedos
son tantos
y además tan azul adentro
Miguel Martínez López




Les ofrecía cada mañana
el desayuno
para mantener sus corazones latiendo
en galletas María bañadas en leche.

Les vestía y aseaba
- qué remedio-
porque eran necesarios, adaptativos.

Pequeños y medianos monstruos
de pelaje color pánico
que fueron esculpiendo a mis espaldas
un corazón estúpido
con forma de pomelo negro.

Si me encontraban una herida
rascaban la costra.
Rascaban para ver salir la sangre,
roja,
la vida huyendo,
roja.
Y era divertido.

A día de hoy,
esos monstruos me sacan dos  cabezas
y su secuencia me incomoda.

Señalan donde no hay herida,
rascan aunque no haya costra,
y señalan ahí,  donde se ve la vida,
roja,
escapando inútil.
Y ya no me divierte.
y su pelaje no abriga
y ya poco puedo hacer
más que secarme la vida
roja,
más que dormir hasta tarde
y excusarme por no poder,
por no querer,
hacer el desayuno. 



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