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viernes, 18 de septiembre de 2015

El último poema



Lo más habitual
es que no avisen.

Allí quedó arrasado por el viento
el último beso al amor de su vida;
el último vistazo a la sonrisa de tu padre
cuando pensabas que te quedaban millones.

Atrás, muy atrás en el libro de las últimas veces
quedó diluida la tinta
de la última vez que ése vio el mar
que esa otra se fumó despreocupada el último cigarro.

El último baile, fue bailado
como si quedaran muchos otros por llegar a sus caderas.

Lejos quedó ese momento último
en el que ella te quiso a pesar de todo,
porque luego llegaron las grietas, los peritos y la calle llena de polvo.

Muy atrás en la retina,
el último día en que tu abuelo reconoció tu cara
o el último te espero despierta.

El plácido bostezo de aquel último cromañón
que creyó que despertaría mañana
y seguiría poblando la tierra.

La última carrera que aguantaron sus rodillas,
esa última vez que te acostaste de día
porque ya tenemos una edad

El último escalofrío en pleno verano
justo antes de dejar de vivir intensamente,
el último momento sin miedo
antes de que llegara la fobia.

No sabes cuando llegan.
Son los últimos y no vienen con prospecto
para poder consumir esas últimas veces al detalle
con el mimo necesario.

No vienen con carteles luminosos
no acostumbran a dejar notas escondidas en una servilleta
no te silban para que vuelvas a mirar atrás
para que captures ese último momento.
Por eso disfruta de esto
palpa cada muro que nos acoge
retén cada rostro que nos rodea
incluso, aunque no te guste
intenta disfrutar este poema
por si acaso
porque nunca se sabe cuál va a ser el último. 






La habitación de invitados



Son muchos años
y la tristeza y yo
somos viejas conocidas
y a estas alturas del año
empezamos a echarnos de menos

Ella añora mis costillas
tan planas y predecibles,
que forman un escuálido nido
para su cuerpo.
y yo extraño los nudos ella forma en mi cabeza
los que me hacen ser
cada vez más ancla y menos globo.
los que me amarran
al muelle gris de la tarde.

Cuando llega en verano,
apedrea el calendario,
y le prende fuego al cobertizo,
pero si viene bajo cero,
me roba las mantas y
se arma de tijeras
para que todo lo que suele flotar
se hunda
para que todo lo que marchar en alguna dirección
naufrague.

Son ya muchos años
y el cuarto de la tristeza ya estaba listo.

Puse sábanas limpias,
me inundé las ojeras con el último diluvio
y quité todos los cuadros,
tal y como a ella le gusta.

Pero cuál fue mi sorpresa
al ver otra cara al otro lado de la puerta.

Después de tantos años
la alegría brillaba en el portal
y entró en casa como quien tiene copia de las llaves;
con sus noches de verano bajo la ropa,
sus maletas con fruta de temporada
y sus jabones en cada cajón de mi cuerpo.

Llegó la alegría
agitándome la prisa, el pelo,
y llegó la carcajada
como si nada hubiera llegado antes,
como el huésped que estrena habitación
y ventila de nubes la estancia.

Lleva conmigo una temporada
y hoy, que amenaza tormenta
la he visto recogiendo sus cosas
atando con hilos de sol
manojos de flores para su hatillo.

Me dice que tiene que irse,
pero me ha pedido que deje los cuadros en su sitio,
que en nada cesará  el olor a tierra mojada,
y pronto, muy pronto
volverá de visita




Esa playa

A Ana Cunquero



Teníamos 20 años
y el costado recubierto de escamas.

Una enredadera de azúcar
nos subía por cada pierna
y nos pasábamos las mañanas en esa playa
sacudiéndonos de arena las alas.

A nuestros pies,
se abrían grietas en la tierra,
se empapaban los diarios con el último diluvio
se extinguían las especies.

Ellos no se acuerdan,
pero Madrid tenía un puerto delicioso
y corríamos tras cada reguero de pólvora
que dejábamos caer de nuestros bolsillos.

Teníamos 20 escandalosos años
y a penas podíamos distinguir
tu sonrisa de la mía.

Tu mirada, amiga,
era fuego en la buhardilla de la noche ,
era munición contra la rabia
era verde y era gasolina.

Ahora tenemos unos moderados 30 y pocos
y el pecho no nos brilla tan fuerte como entonces,
a nuestros pies les crecieron unos horribles zapatos de oficina
y cambiamos todas las plumas por un par de cicatrices
y una jornada completa. 

Mañana, igual que ayer,  hará un día de mierda
así que ven,
acércate aquí,
que yo sólo necesito
una mirada
un asomarme de puntillas
al vasto verde de tus ojos
para sentir el olor de la pólvora
para que vuelva picarme la piel
para poder volver a sentirme
como en esa playa.